Friday 28 October 2016

Storytelling: Masitas

Masitas

por Ana Carolina Luna Chaires

Había una vez un pequeño pueblo habitado por masas. Todas eran iguales, tenían la misma cantida de tierra a exepción de una masa grande y fea, la cual explotaba a las demás. Era tan grotesca que asustaba a las pequeñas masas. Llevaba años siendo la líder autonombrada, sin ningún cuestionamiento hacía y deshacía a su antojo. Su nombre era Kybernéin. 
          Un día mientras las demás masitas trabajaban arduamente para cumplir la cuota impuesta por Kybernéin, una masa pequeña decidió parar de trabajar; estaba exhausta. Al ver esto Kybernéin quiso reprimirla y dar con ello un ejemplo a los demás. Cuando estaba apunto de comerla, se interpuso una masita llamada Iustitia, alento a las demás masitas a desobedecer al líder. Poco a poco todas las demás masas decidieron unirse a Iustitia. Kybernéin cominó algunas de ellas, pero al verse superado en número, se debiliton y cayó. 
          Las masitas festejaron con regocijo, habían ganado su libertad, era la oportunidad de cambiar la forma de vida de todos. Al poco  tiempo de la reorganización se separaron y absorvieron a Iustitia. Surgieron dos grupos, cada uno con un líder, una masa más que sus seguidores; eran La Droit y La Gauche. Ambas peleaban por el control, llegando a parecerse a Kybernéin. Manipulaban, mentían y absorbían a las masitas que no estuvieran de acuerdo con sus ideas. 
          Hasta que un día pareció otra masa, era más grande que cualquiera que hubiera visto, incluso más grande que Kybernéin. Era de otro color y tierra, hablaba otra lengua incomprensible para ellas. Se acercó y comenzó a devorarlas sin saciedad. Como no sabían su nombre decidieron llamarlo Fio.
          Desesperadas las masitas que pertenecían a los grupos de La Droiy y La Gauche se unieron y combatieron a Fio. Muchos de ellos murieron, pero al final ganaron, vencieron a Fio. 

Saturday 15 October 2016

Storytelling: Luz.

Luz.

La pantalla blanca parpadeaba, su luz iluminaba la estancia, nadie podía dejar de verla. Los padres, hermanos, tíos, cada uno de ellos mantenía su mirada en el muro, se reían y lloraban cuando ellos lo hacían. Él no. Tenía solo doce años y volteó hacia afuera, fue sólo una milésima de segundo pero bastó. Miró un color verde brillante junto con un oscuro café, lo había visto antes en la chillona luz, ¿cómo lo llamaban? ¿árbol? Sí, era cierto. Lástima que era demasiado joven para entender y suficientemente curioso como para seguir sentado.

   Salió, las calles desiertas y el silencio le dieron la bienvenida, una que lo lleno de terror, ¿qué había pasado con el estridente ruido, la luz enceguecedora? ¡Ojalá hubiera regresado! Pero no, quiso ser valiente y se acercó, no podía resignarse a volver sin haberlo tocado y cuando lo hizo ¡que gran error! Cometió el mayor crimen de todos, pensó diferente.

   Cuando dio la media vuelta fue como si todo apareciera delante de él y sintió asco. En cada casa por la que pasaba era exactamente lo mismo: gente deformada con grandes ojos saltones que empezaba a apestar, que se pudría delante de ¿qué? De algo que ni siquiera existía. Quiso advertirles, intentó hablarles, gritarles, pero él se había desvanecido, no estaba en la pantalla, no era real. Y entonces, cometió su segundo gran error, las destruyó.

   Fue visto con odio, con desprecio, golpearon su cuerpo, le arrancaron los cabellos, le mordieron los brazos y patearon sus costillas. Una vez más, ellos regresaron a sus casas, en menos de un minuto las cosas volvieron a ser como siempre habían sido y él terminó solo en el desierto, ya no podía regresar, había cambiado demasiado.

   Caminó, minutos, horas, días, semanas…. No importaba, estaba solo y por primera vez se dio cuenta que en ciertos momentos un círculo gigante en el cielo se ocultaba y otra cosa diferente, extraña, aparecía en su lugar con miles de puntos pequeños. Se sintió desesperado ¿acaso no había escapado de esas luces? ¿no las había dejado atrás? ¿por qué seguían persiguiéndolo? ¿por qué no podían ignorarlo?

   Sentía que las vísceras iban a salir de su boca, que agua salada resbalaba por sus mejillas y que un hormigueo recorría sus piernas. Cayó al suelo, la arena comenzó a cubrir su cuerpo, lo ahogaba y él no tenía fuerza, sentía sus párpados pesados, la boca seca y una sensación desagradable en el cuerpo. Simplemente no podía más.


   ¡Oh mi pobre niño, debiste quedarte ahí, dejar que tu cuerpo se hiciera pedazos y tu cerebro se apagara! ¡Oh mi querida alma desdichada, estabas tan cerca… unos cuantos pasos más y…! Pero ya no importa, descansa ahora corazón ingenuo, deja que bese tus labios y te deje ir a donde no encontrarás de nuevo esa luz que tanto daño te hizo, que tanto terminaste odiando. Vamos pequeño, toma mi mano y digamos adiós. 

Por Andrea Chong Muñoz

Monday 10 October 2016

Más representación que voluntad
Por Daniel Mares García

Cubilete era su nombre: un cúmulo de cubos ordenados que caminaba y andaba día a día, sin pena ni problema, por su ciudad cubiforme. Como era costumbre, despertaba, se aseaba, alimentaba, laboraba y encaminaba a dormir para terminar satisfactoriamente su jornada. Cubilete, al igual que los demás cúmulos que conocía, soñaba. Pero cierta noche, en uno de esos sueños, se le presentaron imágenes que no conocía, que ciertamente nunca había visto… para ese momento no sabía diferenciar si estaba muerto o si estaba realmente dentro de un sueño, pues él y su entorno estaban cubiertos de una espesa capa de neblina. A lo lejos, Cubilete alcanzaba a percibir una silueta, era más bien un punto negro difícil de distinguir.

    Decidido a averiguar qué era aquello que se avistaba y, aún con el normal miedo por el desconocimiento, comenzó a acercarse. Conforme recorría el camino, Cubilete se daba cuenta de que aquello que a lo lejos no tenía forma, comenzaba a tenerla mientras más cerca estuviera. Asombrado – pues se dio cuenta que él y el objeto eran muy similares en su figura-, notó que la neblina comenzaba a hacerse más ligera de poco en poco hasta el punto de desaparecer… aquello que era  sombra se llenaba de luz y tomaba color.

         Frente a frente, uno del otro, Cubilete veía a ese cúmulo de cubos enorme e inerte y se miraba a sí mismo… Cubilete era pequeño y el otro inmenso; Cubilete estaba formado por cubos deformes y el otro por cubos perfectos. Aunque Cubilete sabía que él y lo que tenía en frente no eran iguales, había algo, muy dentro de él, que le decía que se trataban de la misma cosa, que lo que veía era la idea perfecta de Cubilete.

       No conforme con haber tomado el valor de acercarse para conocer de qué se trataba aquél punto que veía a lo lejos, Cubilete se propuso acercarse aún más: quiso tocar lo perfecto. Pero estando a pocos centímetros de lograr tocarlo, comenzó a alejarse cada vez más rápido hasta verse de nuevo, a la lejanía, como un simple punto negro.

       Exaltado, Cubilete despertó. Pensaba en lo que había soñado, intentaba encontrarle un sentido a todo eso que vio, a todo lo que pensaba que había vivido conscientemente. Se preguntaba, aún con más miedo que en su sueño, si no era posible que aquello que vio en su sueño fuera la idea perfecta de lo que es ser Cubilete y que él mismo era solo una representación... que no es nada más que una simple imitación. Inmediatamente el despertador sonó: era la señal para iniciar otro día laboral. Agradeció que todo haya sido un sueño y que no haya muerto. Procedió a apagar el despertador, enjuagó su rostro, se alimentó, laboró y fue a dormir de nuevo.