Monday 10 October 2016

Más representación que voluntad
Por Daniel Mares García

Cubilete era su nombre: un cúmulo de cubos ordenados que caminaba y andaba día a día, sin pena ni problema, por su ciudad cubiforme. Como era costumbre, despertaba, se aseaba, alimentaba, laboraba y encaminaba a dormir para terminar satisfactoriamente su jornada. Cubilete, al igual que los demás cúmulos que conocía, soñaba. Pero cierta noche, en uno de esos sueños, se le presentaron imágenes que no conocía, que ciertamente nunca había visto… para ese momento no sabía diferenciar si estaba muerto o si estaba realmente dentro de un sueño, pues él y su entorno estaban cubiertos de una espesa capa de neblina. A lo lejos, Cubilete alcanzaba a percibir una silueta, era más bien un punto negro difícil de distinguir.

    Decidido a averiguar qué era aquello que se avistaba y, aún con el normal miedo por el desconocimiento, comenzó a acercarse. Conforme recorría el camino, Cubilete se daba cuenta de que aquello que a lo lejos no tenía forma, comenzaba a tenerla mientras más cerca estuviera. Asombrado – pues se dio cuenta que él y el objeto eran muy similares en su figura-, notó que la neblina comenzaba a hacerse más ligera de poco en poco hasta el punto de desaparecer… aquello que era  sombra se llenaba de luz y tomaba color.

         Frente a frente, uno del otro, Cubilete veía a ese cúmulo de cubos enorme e inerte y se miraba a sí mismo… Cubilete era pequeño y el otro inmenso; Cubilete estaba formado por cubos deformes y el otro por cubos perfectos. Aunque Cubilete sabía que él y lo que tenía en frente no eran iguales, había algo, muy dentro de él, que le decía que se trataban de la misma cosa, que lo que veía era la idea perfecta de Cubilete.

       No conforme con haber tomado el valor de acercarse para conocer de qué se trataba aquél punto que veía a lo lejos, Cubilete se propuso acercarse aún más: quiso tocar lo perfecto. Pero estando a pocos centímetros de lograr tocarlo, comenzó a alejarse cada vez más rápido hasta verse de nuevo, a la lejanía, como un simple punto negro.

       Exaltado, Cubilete despertó. Pensaba en lo que había soñado, intentaba encontrarle un sentido a todo eso que vio, a todo lo que pensaba que había vivido conscientemente. Se preguntaba, aún con más miedo que en su sueño, si no era posible que aquello que vio en su sueño fuera la idea perfecta de lo que es ser Cubilete y que él mismo era solo una representación... que no es nada más que una simple imitación. Inmediatamente el despertador sonó: era la señal para iniciar otro día laboral. Agradeció que todo haya sido un sueño y que no haya muerto. Procedió a apagar el despertador, enjuagó su rostro, se alimentó, laboró y fue a dormir de nuevo. 

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