Saturday 15 October 2016

Storytelling: Luz.

Luz.

La pantalla blanca parpadeaba, su luz iluminaba la estancia, nadie podía dejar de verla. Los padres, hermanos, tíos, cada uno de ellos mantenía su mirada en el muro, se reían y lloraban cuando ellos lo hacían. Él no. Tenía solo doce años y volteó hacia afuera, fue sólo una milésima de segundo pero bastó. Miró un color verde brillante junto con un oscuro café, lo había visto antes en la chillona luz, ¿cómo lo llamaban? ¿árbol? Sí, era cierto. Lástima que era demasiado joven para entender y suficientemente curioso como para seguir sentado.

   Salió, las calles desiertas y el silencio le dieron la bienvenida, una que lo lleno de terror, ¿qué había pasado con el estridente ruido, la luz enceguecedora? ¡Ojalá hubiera regresado! Pero no, quiso ser valiente y se acercó, no podía resignarse a volver sin haberlo tocado y cuando lo hizo ¡que gran error! Cometió el mayor crimen de todos, pensó diferente.

   Cuando dio la media vuelta fue como si todo apareciera delante de él y sintió asco. En cada casa por la que pasaba era exactamente lo mismo: gente deformada con grandes ojos saltones que empezaba a apestar, que se pudría delante de ¿qué? De algo que ni siquiera existía. Quiso advertirles, intentó hablarles, gritarles, pero él se había desvanecido, no estaba en la pantalla, no era real. Y entonces, cometió su segundo gran error, las destruyó.

   Fue visto con odio, con desprecio, golpearon su cuerpo, le arrancaron los cabellos, le mordieron los brazos y patearon sus costillas. Una vez más, ellos regresaron a sus casas, en menos de un minuto las cosas volvieron a ser como siempre habían sido y él terminó solo en el desierto, ya no podía regresar, había cambiado demasiado.

   Caminó, minutos, horas, días, semanas…. No importaba, estaba solo y por primera vez se dio cuenta que en ciertos momentos un círculo gigante en el cielo se ocultaba y otra cosa diferente, extraña, aparecía en su lugar con miles de puntos pequeños. Se sintió desesperado ¿acaso no había escapado de esas luces? ¿no las había dejado atrás? ¿por qué seguían persiguiéndolo? ¿por qué no podían ignorarlo?

   Sentía que las vísceras iban a salir de su boca, que agua salada resbalaba por sus mejillas y que un hormigueo recorría sus piernas. Cayó al suelo, la arena comenzó a cubrir su cuerpo, lo ahogaba y él no tenía fuerza, sentía sus párpados pesados, la boca seca y una sensación desagradable en el cuerpo. Simplemente no podía más.


   ¡Oh mi pobre niño, debiste quedarte ahí, dejar que tu cuerpo se hiciera pedazos y tu cerebro se apagara! ¡Oh mi querida alma desdichada, estabas tan cerca… unos cuantos pasos más y…! Pero ya no importa, descansa ahora corazón ingenuo, deja que bese tus labios y te deje ir a donde no encontrarás de nuevo esa luz que tanto daño te hizo, que tanto terminaste odiando. Vamos pequeño, toma mi mano y digamos adiós. 

Por Andrea Chong Muñoz

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