Por Sofía Meza
¿Alguna vez has hecho un viaje transatlántico en barco? Si no lo has hecho, ¿te gustaría?
Esperarías ir en un barco bonito, en una habitación cómoda, con personas de distintos países dirigiéndose hacia el destino de su elección... Ahora imagina que lo anterior se revierte: vas en un barco no necesariamente bonito, no tienes habitación, sino más bien una celda, vas junto con muchas otras personas de otros lugares y no sabes hacia donde te llevan, no elegiste emprender un viaje. Esas eran las condiciones en las que muchas personas africanas, hechas esclavas, eran llevadas hacia América desde el siglo XV al XIX.
Los africanos eran comprados por portugueses y españoles en las regiones costeras de África occidental a grupos nativos que hacían la guerra a otros grupos y capturaban esclavos. En esta región de África era normal tener esclavos, lo nuevo fue que comenzaron a venderlos.
En un principio, los esclavos no eran llevados a América de forma masiva, sino que fue hasta los siglos XVIII y XIX que debido a la necesidad de mejorar la explotación de minas, plantaciones y otros, además de que en algunos lugares no estaba permitido explotar a los indígenas americanos.
La tripulación de esclavos no era uniforme, pues provenían de distintas congregaciones culturales y por lo tanto no hablaban la misma lengua, no compartían la religión, tradiciones, entre otros, y esto hacía difícil la interacción entre ellos, aunque no quiere decir que no la hubiera; si había algo que los unía era su condición de esclavos y las malas condiciones en las que se encontraban. Muchas de estas personas se dejaban morir, además de que las condiciones en que viajaban eran fatales, o buscaban la oportunidad de quitarse la vida; varios se lanzaban al mar buscando terminar con su sufrimiento.
La mala experiencia del viaje transatlántico no era la única, pues para aquellos que aún seguían con vida aguardaban en América otros tantos infortunios.
No comments:
Post a Comment